Antes de entrar deja fuera tu rabia y tu ira. Bienvenido a este bosque encantado, un lugar donde podemos dar rienda suelta a ese niño que todos llevamos dentro, tienes mi permiso para dejarle salir y que haga locuras. Sumérgete en este mundo mágico de las hadas y los duendes y vuelve pronto, te esperaré agitando mis alas

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jueves, 10 de septiembre de 2020

El Salto de la Novia de Navajas




En la localidad de Navajas (Castellón), en plena naturaleza, se encuentra un salto de agua rodeado de vegetación en plena naturaleza, recomendado para pasar el día en los alrededores y caminar al aire libre, alejado de este mundo tan rápido. Al lugar, que en época posterior a las lluvias y nieves se ve bajar el agua con fuerza por su brazal, se le conoce como “El Salto de la Novia”, una pequeña cascada que desciende a más de 30 metros de altura para precipitarse en las aguas del río Palancia. Todo un espectáculo.

Su nombre, sin embargo, se debe a una leyenda existente en la zona, lo que la convierte en un lugar enigmático y de obligada visita, además de por su espectacularidad.

Esta leyenda cuenta que, hace muchos años, existía la costumbre de que los novios, antes de casarse, realizaran una prueba en la zona donde se dispone el salto, en los alrededores, donde al parecer el río se estrechaba. En ese mismo lugar era donde se debía de llevar a cabo un simple rito tradicional como prueba de amor, para disponer de felicidad, fertilidad y una vida plena juntos. La leyenda cuenta también que los novios que no superaban la prueba de fe y amor en la zona, significaba que iban a ser desgraciados en vida estando juntos, por lo que la pareja se rompía antes del matrimonio.

De aquel rito ceremonial surgió una fatalidad y desgracia, donde cuenta la leyenda que dos jóvenes murieron antes del matrimonio. Se dice que un día, ante la atenta mirada de la gente del pueblo, dos jóvenes, que no creían en la tradición, se acercaron a la zona para realizar la prueba. A pesar de no creer en esta tradición, pues para ellos su amor prevalecía por encima de cualquier cosa, quisieron hacerla por voluntad propia.

El destino quiso que, en aquella ocasión, una serie de fatalidades se dieran cita. Al parecer, aquel día, el Palancia bajaba revuelto y con fuerza, tanto que el agua formaba música al romper con las rocas. A pesar de esto, los dos jóvenes quisieron seguir con la prueba de fe ante la atenta mirada de los asistentes.

Así que, la joven, que nerviosa por la fuerza del río, salto cogiendo carrerilla hacia el otro extremo del río, en su estrechez. Pero aquella fue la última vez que se le vería en vida, pues el destino quiso que cayera al agua siendo arrastrada por su fuera hasta un remolino que la hizo desaparecer. Ante aquellos hechos, el joven, loco por lo ocurrido, salto al río para intentar rescatarla, pero también fue la última vez que se le vio con vida, pues corrió la misma suerte que su amada. Sus cuerpos, sin vida, fueron encontrados río abajo.


Los vecinos, tristes y consternados por lo ocurrido, decidieron dinamitar el paso para que, en un futuro, nadie corriese la misma suerte intentando repetir una tradición que, desde entonces, nadie realizó.

Según se cuenta, al parecer, en las noches de luna llena se escuchan gemidos y sollozos de tristeza de aquellos que perdieron la vida, y la cascada que cae, no es otra cosa que el lamento que llora la pérdida de los jóvenes fallecidos en forma de cola de novia, convirtiendo la estampa, para quienes visitan este lugar, en una preciosa imagen de un brazal que envuelve el río con su blanco manto.

martes, 9 de junio de 2020

La leyenda del Murciélago - Oaxaca


Cuenta la leyenda que hace mucho, existió un hermoso Murciélago que era la criatura más bella de la creación. Este, era tal como lo conocemos hoy en día y se llamaba "Biguidibela" (biguidi = mariposa y bela = carne; que significaba algo como "mariposa desnuda").
Un día de terrible frío, el Murciélago subió al cielo y pidió al
Creador que le diese plumas para abrigarse, pero Éste le dijo que ya no tenía más plumas pero podía pedir a otras aves sus mejores plumas. Convencido del permiso, el Murciélago así lo hizo y regresando a la tierra, pidió a cada una de las aves más hermosas, una de sus plumas más coloridas y vistosas.
Tras un largo tiempo recolectando plumas, el Murciélago lucía su hermoso y bello plumaje orgulloso.
Él iba por todos lados haciendo gala de su bella imagen e incluso, en una ocasión gracias al eco de su vuelo, provocó un bello arco iris que causó un gran asombro entre los animales.


Con el pasar del tiempo y los halagos, la soberbia y el orgullo se apoderaron del murciélago, haciendo  de él  que mirase con desprecio al resto de las aves, ya que él las consideraba corrientes e inferiores. El Murciélago percibía que ninguna ave estaba a su altura, hasta despreció al Colibrí diciendo que era corriente ante él. Su ego hizo que pensara que su aspecto era lo único y más
importante del mundo.
Así, las aves y los demás animales fueron despreciados con sus insoportables ofensas, y esto llegó hasta oídos del Creador, quien decidió intervenir llamando al bello Murciélago ante Él.

Cuando el Murciélago estuvo en presencia del Creador, se puso a  aletear con gran alegría ya que se sentía halagado al verse convocado por el Ser Supremo, sin embargo en medio de su aleteo, poco a poco iba desprendiéndose de su bello plumaje, las plumas se le desprendían una a una. En cuestión de segundos, el Murciélago estaba desnudo como al principio de los tiempos.
Avergonzado, huyó hacia la tierra escondiéndose en las cuevas y negándose la luz del día. Durante muchos días llovieron plumas de colores que él no quiso observar tratando de olvidar, lo maravillosamente hermoso que algún día fue. Desde ese momento, el Murciélago vivió en la oscuridad de la noche, sin ver jamás la luz del sol y  lamentándose por  su mala actitud con las demás aves, que un día le habían ayudado a ser hermoso.

( Autor desconocido )

viernes, 29 de mayo de 2020

La leyenda de Inés de Castro

Si hay una historia de amor que ha marcado la historia de Portugal, es sin duda la del amor prohibido entre el infante Pedro e Inês de Castro, dama de compañía de su esposa, D. Constança Manuel. A pesar de su casamiento, el Infante tenía encuentros románticos con Inês en los jardines de la Quinta das Lágrimas. Tras la muerte de D. Constança en 1345, D. Pedro vivió maritalmente con Inês, lo que acabó por enfrentarlo con su padre, el rey D. Afonso IV, que condenaba vehementemente la relación, y provocó una fuerte reprobación de la corte y del pueblo.

Durante años, Pedro e Inés vivieron en los Paços de Santa Clara, en Coimbra, con sus tres hijos. Pero la censura creciente a la unión por parte de la corte presionaba constantemente a D. Afonso IV, que finalmente ordenó asesinar a Inés de Castro en enero de 1355. Loco de dolor, Pedro lideró una rebelión contra el rey, sin perdonar nunca el asesinato de su amada. Cuando finalmente subió al trono en 1357, D. Pedro ordenó capturar y matar a los asesinos de Inés, arrancándoles el corazón, lo que le valió el apodo de «el Cruel».

Inés de Castro, la gallega reina cadáver de Portugal


La historia de una gallega que se convirtió en reina después de muerta, y de una historia de amor que habría cambiado la Historia
 Hace más de 650 años se produjo un episodio en la historia que conmocionó al mundo. Una noble gallega, de nombre Inés de Castro, fue coronada reina después de muerta. Entre la historia y la leyenda se encuentra este relato en el que se mezclan el amor, el poder, la traición, la muerte y el deshonor. Un relato en el que el rey de Portugal, Pedro I, desenterró a su amada para que los nobles que le habían traicionado besaran su mano y rindieran pleitesía a su esposa, la Reina cadáver. Ésta es la historia de un rey que amó a su reina más allá de la muerte y que convirtió a una gallega en la única reina póstuma del mundo.
.Inés era hija natural. Nada se sabe sobre sus primeros años; se supone que debió ser educada en Galicia, en el palacio de don Juan Manuel, duque de Peñafiel y marqués de Villena, pues parece probado que vivió con Constanza Manuel, hija del duque y prima suya, la cual, después de haberse negado varias veces a contraer matrimonio, decidió casarse con Pedro, infante de Portugal y posteriormente rey.
Las dos jóvenes abandonaron la corte de Peñafiel en 1340, e Inés residió en Lisboa o Coímbra en calidad de dama parente, y añade la tradición que, en el instante de su llegada a la corte de Alfonso IV de Portugal, excitó una viva pasión en el corazón del infante heredero Pedro.
Inés de Castro, amada apasionadamente por el heredero del trono portugués, y viviendo la esposa legítima de este, era de muy noble estirpe para tomar ostensiblemente el título de amante real del infante; pero lo cierto es que los amores de Inés y de Pedro excitaron la pasión de los celos en Constanza, la cual murió a consecuencia del parto del futuro heredero, Fernando, el 13 de noviembre de 1345. A partir de esta época los lazos que se habían formado entre Inés y el infante tomaron un carácter muy distinto del que habían tenido durante la vida de Constanza.


Terrible fue la venganza de Pedro cuando fue coronado rey. La leyenda admitida por la tradición, pero no probada por la historia, cuenta que el rey Pedro tomó el cadáver de Inés —en estado de descomposición avanzada— y lo colocó en el trono obligando a su corte y a todos los allí presentes a que le rindieran los honores debidos de reina.




LETRA DE LA CANCIÓN

Doña Constanza salió
de España para Coimbra.
Doña Inés la acompañaba,
su mejor dama y amiga.

Don Pedro salió al encuentro
con su corte a recibirlas
y de Inés quedó prendado;
nunca vio mujer tan linda.

Doña Constanza de pena,
por el rey se moría
y el rey por Doña Inés,
daba su alma y su vida.

Doña Constanza murió
y Portugal que sabía,
la pena que la mató,
la muerte de Inés de Castro,
el pueblo entero pidió.

La condenaron a muerte;
la condena se cumplió,
y al rey Don Pedro dejaron,
viviendo sin corazón,
viviendo sin corazón.

Reina para Portugal,
el pueblo a voces pedía,
y el rey busca la venganza,
del amor que fue su vida.

Le consumía la pena,
no tuvo noche, ni día
y sin descanso buscaba
a quien le quitó la vida.

Y por fin Inés vengada,
en el Palacio Real;
fue proclamada la reina
del reino de Portugal.

Doña Constanza murió
y Portugal que sabía,
la pena que la mató,
la muerte de Inés de Castro,
el pueblo entero pidió.

La condenaron a muerte;
la condena se cumplió,
y al rey Don Pedro dejaron,
viviendo sin corazón,
viviendo sin corazón.

(Esta canción me la se desde muy pequeña pues mi madre solía cantarla mucho y a mi me fascinaba la historia de esa reina cadáver)

martes, 12 de mayo de 2020

El deshollinador y la pastorcilla (Hans Christian Andersen )

  Este cuento lo dedico a Ceciely del blog DULCINEAS, espero que sea el que quería

  ¿Has visto alguna vez uno de estos armarios muy viejos, ennegrecidos por los años, adornados con tallas de volutas y follaje? Pues uno así había en una sala; era una herencia de la bisabuela, y de arriba abajo estaba adornado con tallas de rosas y tulipanes. Presentaba los arabescos más raros que quepa imaginar, y entre ellos sobresalían cabecitas de ciervo con sus cornamentas. En el centro, habían tallado un hombre de cuerpo entero; su figura era de verdad cómica, y en su cara se dibujaba una mueca, pues aquello no se podía llamar risa. Tenía patas de cabra, cuernecitos en la cabeza y una luenga barba. Los niños de la casa lo llamaban siempre el «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo»; era un nombre muy largo, y son bien pocos los que ostentan semejante titulo; ¡y no debió de tener poco trabajo, el que lo esculpió!        

    Y allí estaba, con la vista fija en la mesa situada debajo del espejo, en la que había una linda pastorcilla de porcelana, con zapatos dorados, el vestido graciosamente sujeto con una rosa encarnada, un dorado sombrerito en la cabeza y un báculo de pastor en la mano: era un primor. A su lado había un pequeño deshollinador, negro como el carbón, aunque asimismo de porcelana, tan fino y pulcro como otro cualquiera; lo de deshollinador sólo lo representaba: el fabricante de porcelana lo mismo hubiera podido hacer de él un príncipe, ¡qué más le daba!
    He ahí, pues, al hombrecillo con su escalera, y unas mejillas blancas y sonrosadas como las de la muchacha, lo cual no dejaba de ser un contrasentido, pues un poquito de hollín le hubiera cuadrado mejor. Estaba de pie junto a la pastora; los habían colocado allí a los dos, y, al encontrarse tan juntos, se habían enamorado. Nada había que objetar: ambos eran de la misma porcelana e igualmente frágiles.
    A su lado había aún otra figura, tres veces mayor que ellos: un viejo chino que podía agachar la cabeza. Era también de porcelana, y pretendía ser el abuelo de la zagala, aunque no estaba en situación de probarlo. Afirmaba tener autoridad sobre ella, y, en consecuencia, había aceptado, con un gesto de la cabeza, la petición que el «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo» le había hecho de la mano de la pastora.
-Tendrás un marido -dijo el chino a la muchacha- que estoy casi convencido, es de madera de ébano; hará de ti la «Sargentamayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo». Su armario está repleto de objetos de plata, ¡y no digamos ya lo que deben contener los cajones secretos!
-¡No quiero entrar en el oscuro armario! -protestó la pastorcilla-. He oído decir que guarda en él once mujeres de porcelana.
-En este caso, tú serás la duodécima -replicó el chino-. Esta noche, en cuanto cruja el viejo armario, se celebrará la boda, ¡como yo soy chino!
E, inclinando la cabeza, se quedó dormido.
La pastorcilla, llorosa, levantó los ojos al dueño de su corazón, el deshollinador de porcelana.
-Quisiera pedirte un favor. ¿Quieres venirte conmigo por esos mundos de Dios? Aquí no podemos seguir.
-Yo quiero todo lo que tú quieras –le respondió el mocito-. Vámonos enseguida, estoy seguro de que podré sustentarte con mi trabajo.
-¡Oh, si pudiésemos bajar de la mesa sin contratiempo! -dijo ella-. Sólo me sentiré contenta cuando hayamos salido a esos mundos.
Él la tranquilizó, y le enseñó cómo tenía que colocar el piececito en las labradas esquinas y en el dorado follaje de la pata de la mesa; se sirvió de su escalera, y en un santiamén se encontraron en el suelo. Pero al mirar al armario, observaron en él una agitación; todos los ciervos esculpidos alargaban la cabeza y, levantando la cornamenta, volvían el cuello; el «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo» pegó un brinco y gritó al chino:
-¡Se escapan, se escapan!
Los pobrecillos, asustados, se metieron en un cajón que había debajo de la ventana.
    Había allí tres o cuatro barajas, aunque ninguna completa, y un teatrillo de títeres montado un poco a la buena de Dios. Precisamente se estaba representando una función y todas las damas, oros y corazones, tréboles y espadas, sentados en las primeras filas, se abanicaban con sus tulipanes; detrás quedaban las sotas, mostrando que tenían cabeza o, por decirlo mejor, cabezas, una arriba y otra abajo, como es costumbre en los naipes. El argumento trataba de dos enamorados que no podían ser el uno para el otro, y la pastorcilla se echó a llorar, por lo mucho que el drama se parecía al suyo.
-¡No puedo resistirlo! -exclamó-. ¡Tengo que salir del cajón!
Pero una vez volvieron a estar en el suelo y levantaron los ojos a la mesa, el viejo chino, despierto, se tambaleó con todo el cuerpo, pues por debajo de la cabeza lo tenía de una sola pieza.
-¡Que viene el viejo chino! -gritó la zagala azorada, cayendo de rodillas.
-Se me ocurre una idea -dijo el deshollinador-. ¿Y si nos metiésemos en aquella gran jarra de la esquina? Estaremos entre rosas y espliego, y si se acerca le arrojaremos sal a los ojos.
-No serviría de nada -respondió ella-. Además, sé que el chino y la jarra estuvieron prometidos, y siempre queda cierta simpatía en semejantes circunstancias. No; el único recurso es lanzarnos al mundo.
-¿De verdad te sientes con valor para hacerlo? -preguntó el deshollinador-. ¿Has pensado en lo grande que es y que nunca podremos volver a este lugar?
-Sí -afirmó ella.
El deshollinador la miró fijamente y luego dijo:
-Mi camino pasa por la chimenea. ¿De veras te sientes con ánimo para aventurarte en el horno y trepar por la tubería? Saldríamos al exterior de la chimenea; una vez allí, ya sabría yo apañármelas. Subiremos tan arriba, que no podrán alcanzarnos, y en la cima hay un orificio que sale al vasto mundo.
Y la condujo a la puerta del horno.
-¡Qué oscuridad! -exclamó ella, sin dejar de seguir a su guía por la caja del horno y por el tubo, oscuro como boca de lobo.
-Estamos ahora en la chimenea –le explicó él-. Fíjate: allá arriba brilla la más hermosa de las estrellas.
Era una estrella del cielo que les enviaba su luz, exactamente como para mostrarles el camino. Y ellos venga trepar y arrastrarse. ¡Horrible camino, y tan alto! Pero el mozo la sostenía, indicándole los mejores agarraderos para apoyar sus piececitos de porcelana. Así llegaron al borde superior de la chimenea y se sentaron en él, pues estaban muy cansados, y no sin razón.
Encima de ellos se extendía el cielo con todas sus estrellas, y a sus pies quedaban los tejados de la ciudad. Pasearon la mirada en derredor, hasta donde alcanzaron los ojos; la pobre pastorcilla jamás habla imaginado cosa semejante; reclinó la cabecita en el hombro de su deshollinador y prorrumpió en llanto, con tal vehemencia que se le saltaba el oro del cinturón.
– ¡Es demasiado! -exclamó-. No podré soportarlo, el mundo es demasiado grande. ¡Ojalá estuviese sobre la mesa, bajo el espejo! No seré feliz hasta que vuelva a encontrarme allí. Te he seguido al ancho mundo; ahora podrías devolverme al lugar de donde salimos. Lo harás, si es verdad que me quieres.
El deshollinador le recordó prudentemente el viejo chino y el «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo», pero ella no cesaba de sollozar y besar a su compañerito, el cual no pudo hacer otra cosa que ceder a sus súplicas, aun siendo una locura.
Y así bajaron de nuevo, no sin muchos tropiezos, por la chimenea, y se arrastraron por la tubería y el horno. No fue nada agradable.
    Una vez en la caja del horno, pegaron la oreja a la puerta para enterarse de cómo andaban las cosas en la sala. Reinaba un profundo silencio; miraron al interior y… ¡Dios mío!, el viejo chino yacía en el suelo. Se había caído de la mesa cuando trató de perseguirlos, y se rompió en tres pedazos; toda la espalda era uno de ellos, y la cabeza, rodando, había ido a parar a una esquina. El «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-de-chivo» seguía en su puesto con aire pensativo.
-¡Horrible! -exclamó la pastorcita-. El abuelo roto a pedazos, y nosotros tenemos la culpa. ¡No lo resistiré! -y se retorcía las manos.
-Aún es posible pegarlo -dijo el deshollinador-. Pueden pegarlo muy bien, tranquilízate; si le ponen masilla en la espalda y un buen clavo en la nuca quedará como nuevo; aún nos dirá cosas desagradables.
-¿Crees? -preguntó ella. Y treparon de nuevo a la mesa.
-Ya ves lo que hemos conseguido -dijo el deshollinador-. Podíamos habernos ahorrado todas estas fatigas.
-¡Si al menos estuviese pegado el abuelo! -observó la muchacha-. ¿Costará muy caro?
Pues lo pegaron, sí señor; la familia cuidó de ello. Fue encolado por la espalda y clavado por el pescuezo, con lo cual quedó como nuevo, aunque no podía ya mover la cabeza.
-Se ha vuelto usted muy orgulloso desde que se hizo pedazos -dijo el «Sargento-mayor-y-menor-mariscal-de-campo-pata-dechivo»-. Y la verdad que no veo los motivos. ¿Me la va a dar o no?
El deshollinador y la pastorcilla dirigieron al viejo chino una mirada conmovedora, temerosos de que agachase la cabeza; pero le era imposible hacerlo, y le resultaba muy molesto tener que explicar a un extraño que llevaba un clavo en la nuca. Y de este modo siguieron viviendo juntas aquellas personitas de porcelana, bendiciendo el clavo del abuelo y queriéndose hasta que se hicieron pedazos a su vez.

miércoles, 6 de mayo de 2020

El soldadito, la bailarina y el destino (Hans Christian Andersen)




En el día de su cumpleaños, un niño recibe una caja de veinticinco soldaditos de plomo. Uno de ellos tiene solamente una pierna, pues al fundirlos había sido el último y no había habido suficiente plomo para terminarlo. Cerca del soldadito se encuentra una hermosa bailarina hecha de papel con una cinta azul anudada en el hombro y adornada con una lentejuela. Ella, como él, se detiene sobre una sola pierna, y el soldadito se enamora de ella. Pero a medianoche otro juguete, un duende en una caja de sorpresas, increpa furioso al soldadito prohibiéndole que mire a la bailarina.
El soldadito finge no oír sus amenazas, pero al día siguiente, acaso por obra del duende, cae por la ventana y va a parar a la calle. Allí, tras llover un buen rato, dos niños lo encuentran y lo montan en un barquito de papel, enviándolo calle abajo por la cuneta. La corriente arrastra al soldadito hasta una alcantarilla oscura, donde una rata lo persigue exigiéndole un peaje. Por fin, la alcantarilla termina y el barquito de papel se precipita por una catarata a un canal, donde el papel se deshace y el soldadito naufraga. Apenas comienza a hundirse, un pez lo engulle y de nuevo el soldadito queda sumido en la oscuridad. Sin embargo, poco después el pez es capturado y cuando el soldadito vuelve a ver la luz se encuentra de nuevo en la misma casa. Allí está también la bailarina: el soldadito y ella se miran sin decir palabra. De repente, uno de los niños agarra al soldadito y lo arroja sin motivo a la chimenea. Una corriente de aire arrastra también a la bailarina y juntos, en el fuego, se consumen. A la mañana siguiente, al remover las cenizas, la sirvienta encuentra un pequeño corazón de plomo y una lentejuela. La prueba del amor entre ambos

martes, 7 de abril de 2020

Isla de San Borondón (La isla fantasma)

Mito, leyenda, tradición y misterio oceánico que deambula errante por los mares de Canarias.
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 En el año 480 de la Era del Señor nació Brandán en Irlanda. Desde muy joven entra en la orden benedictina. Cuentan que un día que navegaba en busca de tierras que evangelizar, cuando el crepúsculo se apoderaba de la noche, encontró una isla. Los navegantes saltaron, a esa supuesta tierra firme a descansar de jornadas en un mar tenebroso y desconocido.El silencio y la oscuridad atrajeron a los marineros que se entregaron al sueño, mientras, Brandán rezaba, observaba el cielo y el camino de los astros, hasta que se dio cuenta que lo que creía por tierra firme se movía hacia Oriente. Con el alba reunió a sus compañeros y les dijo: "no dejemos de dar gracias al Soberano y Dueño de todas las cosas, a este Dios cuya Providencia nos ha preparado en medio de los mares un nuevo bajel que no tiene necesidad ni de nuestras velas, ni de nuestros remos". Estaban navegando sobre el lomo de una gran ballena.

El viaje continuó lentamente durante 40 días, por mares abiertos y confiado en la Divina Providencia. Por fin la ballena, a la cual llamaban Jasconius, les arribó a una isla exuberante, altanera, con alegres cantos de mirlos y otros pájaros desconocidos, aguas de mar cristalinas donde los peces de mil colores jugaban con la espuma. Todo era quietud, paz, soledad en esa isla de limpias arenas negras, surcada por riachuelos, con extraños carneros, poblada de ricos frutos y de gratos aromas. ¿Sería el Paraíso? Siete años la habitaron. Y a ese paraíso de isla la leyenda le puso el nombre de San Barandán o San Borondón.
 Y el mito y el misterio siguió corriendo los siglos, hasta que el mismísimo Cristóbal Colón,  en su diario de a bordo anotaba el 9 de agosto de 1492, juraban muchos hombres honrados "...que cada año veían tierra al Oeste de las Canarias, que es al Poniente; y otros de La Gomera afirmaban otro tanto con juramento". Y el
almirante puso rumbo al poniente, por donde aparecía San Borondón, en busca de tierras firmes. La isla aparece y desaparece llamando a navegantes y aventureros. Se hicieron expediciones en su busca que afirmaban haber estado en ella. Errante, viajera, inestable y misteriosa. Los que la han divisado, afirman que se encuentra entre el Hierro y La Palma. En 1958 el fotógrafo Manuel Rodríguez Quintero la logró captar con su cámara y su cartografía abarca siglos en mapas y portulanos.
Los canarios de las islas occidentales continúan mirando al horizonte en busca de esa isla de aves y plantas exóticas, seres extraños, arroyo cristalinos, aromas dulces, tiempos apacibles y frescos, nieve en el reino del aire, mar limpio repleto de peces de mil tonalidades, gigantescos dragos que parecen dragones, montañas de formas redondas, barrancos abismales.  Leyenda o realidad? Un mero espejismo, la sombra de otra isla que se proyecta sobre el mar? Sólo puedo decir que cuando tenía 13 o 14 años, tuve la suerte de haberla divisado sobre el horizonte. En realidad sólo pude distinguir su sombra sobre las aguas quietas del Atlántico. Ya sé que le intentarán dar cualquier explicación científica al fenómeno, pero a mí me queda en lo más hondo la esperanza de poder estar en esa isla en algún momento de lo que me queda de vida.


jueves, 19 de marzo de 2020

La leyenda de Seetetelané (Leyenda africana)


Érase una vez un hombre de gran pobreza que tenía que cazar ratones para sobrevivir y que carecía prácticamente de todo, siendo sus ropas tejidas a partir de la piel de los animales que cazaba y pasando a menudo frío y hambre. No tenía tampoco familia ni pareja, y pasaba su tiempo cazando o bebiendo.
Un día, mientras cazaba ratones, encontró un enorme huevo de avestruz que pensó en comerse más adelante. Lo llevó a su casa y lo escondió allí antes de volver a buscar más comida. Cuando volvió, tras haber conseguido solo dos roedores, se encontró con algo verdaderamente inesperado: tenía una mesa puesta y preparada con carne de cordero y pan. El hombre, viendo las viandas, se preguntó si se habría casado sin saberlo.
En ese momento del huevo de avestruz salió una hermosa mujer, que se presentó como Seetetelané. La mujer le indicó que permanecería con él como su esposa, pero le advirtió que jamás la llamara hija del huevo de avestruz o se desvanecería para no volver jamás. El cazador prometió no volver a beber para evitar llamarla jamás de ese modo.
Pasaron los días juntos y felices, hasta que un día la mujer le preguntó si le gustaría ser jefe de tribu y poseer toda clase de riquezas, esclavos y animales. El cazador le preguntó si podía proporcionárselos, a lo que Seetetelané rió y con un golpe de su pié abrió el suelo, saliendo de él una gran caravana con todo tipo de bienes, servidores, esclavos y animales.
Además, la mujer le hizo ver que se había vuelto joven que sus ropas eran cálidas y valiosas. También la casa se había transformado en otra, pasando de ser una choza a un hogar de piedra repleta de pieles.
Pasó el tiempo y el cazador hizo de líder para los suyos durante un tiempo, hasta que en una celebración el hombre empezó a beber. Debido a ello empezó a comportarse de manera agresiva, a lo que Seetetelané intentó calmarlo. Pero este la empujó y la insultó, llamándola hija de un huevo de avestruz.
Esa misma noche, el cazador sintió frío, y al despertar vio que ya no quedaba nada más que su antigua choza. Ya no era líder, no tenía animales ni sirvientes, ni sus ropas eran cálidas. Y ya no tenía a Seetetelané. El hombre se arrepintió de lo que había hecho y dicho. Unos pocos días más tarde, en parte debido a que se había acostumbrado a un nivel de vida mejor, el hombre enfermó y murió.

miércoles, 11 de marzo de 2020

Las diez haditas

Había una vez una linda muchacha llamada Elsa. Su padre y su madre habían trabajado mucho y eran muy ricos pero querían de tal manera a su hija que nunca le permitían hacer ningún trabajo. Elsa no sabía barrer un cuarto, ni coser un vestido, ni cocinar la cosa más simple; no sabía más que reír y cantar todo el santo día. Sin embargo, era tan buena y tan dulce que todos la querían. Y muy pronto se casó con un joven muy bueno y que la amaba de verdad pero que vivía muy lejos de los padres de la joven.
Entonces comenzaron tiempos muy duros para la pobre Elsa. Había multitud de cosas que hacer en la casa y ella no sabía ni cómo empezar. Cuando ensayaba a hacer algo le resultaba tan mal que se sentía fatigada apenas había comenzado. La sirviente se le acercaba y le decía: -¿Cómo debo hacer esto?—¿Cómo arreglo esto otro? —Y Elsa sólo podía responderle: —No sé, no sé.
Entonces la sirviente agregaba: Pues yo tampoco sé. Y como veía que su ama no hacía nada en todo el día ella tampoco hacia.
El marido de Elsa estaba más que disgustado: jamás había un buen plato a la mesa, la comida no estaba nunca a su hora y toda la casa era un desorden. Por fin un día perdió la paciencia y con voz airada le dijo a su esposa: no es de extrañar que todo en la casa ande tan mal si tú permaneces todo el día mano sobre mano. ¡No sabes hacer nada con tus diez dedos!
Cuando salió, la pobre Elsa lloró amargamente, porque amaba a su marido y deseaba agradarlo, además, le disgustaba tanto como a él ver su casa tan sucia y descuidada.
—Quisiera saber hacer las cosas, decía, sollozando! Quisiera tener diez buenas hadas chiquitinas que me ayudaran a hacer el trabajo! Entonces sí tendría mi casa bien!
No había acabado de decir esto cuando un gigantesco viejo flaco apareció delante de ella: iba envuelto en una larga capa que lo cubría de la cabeza a los pies, y le dijo a Elsa:
—¿Por qué lloras, hijita?
—Lloro porque no sé cuidar de mi casa, le contestó la joven. No se hacer el pan ni los pasteles, ni se barrer, ni se coser; cuando pequeña no me enseñaron a trabajar y ahora nada se hacer. ¡Quisiera tener diez hadas que me ayudaran!
—Las tendrás, querida, dijo el viejo. Luego sacudió su gran capa gris y paf… diez hadas diminutas saltaron a tierra.
Serán tus servidoras, Elsa, siguió diciendo el viejo, son hábiles y fieles y harán todo lo que necesites. Pero, las gentes se admirarán de ver estas diminutas criaturas en la casa, por eso prefiero ocultarlas. Préstame tus manos. Esas manos que no sirven para nada!
—Elsa le tendió sus lindas manos blancas.
—Ahora, separa tus dedos, esos deditos inútiles.
— Elsa separó sus lindos dedos sonrosados. El viejo los fue tocando uno a uno y a medida que los tocaba iba llamando:
—Mano derecha: Pulgar, Indice, Corazón, Anular, Meñique. Y cada vez que tocaba y nombraba un dedo, una de las pequeñas hadas inclinaba la cabeza.
—Hizo lo mismo con la mano izquierda diciendo: “Mano izquierda. Pulgar, Indice, Corazón, Anular, Meñique”. Y las cinco hadas restantes inclinaron sus cabecitas.
—Hop! ¡Ocultaos! dijo el viejo. ¡Hop! ¡Hop! Y las diminutas hadas saltaron sobre las rodillas de Elsa, luego a sus manos y zas! se ocultaron todas en sus lindos dedos sonrosados. En cada dedo se escondió una. El viejo desapareció.
Elsa se quedó mirando sus manos admiradísima, como podréis suponer.
Pero muy pronto los dedos comenzaron a moverse. Las hadas diminutas no estaban acostumbradas a permauecer inactivas y tenían horror de aburrirse. Elsa se levantó y se acercó a la cocina; punto y seguido, las hadas diminutas se pusieron a medir la harina, a pesar el azúcar y la mantequilla, a partir los huevos y a amasar la pasta. En un abrir y cerrar de ojos la metieron al horno y cuando el pastel estuvo asado resultó excelente! Después las hadas diminutas cogieron la escoba y el plumero y tris, tras, la casa quedó limpia y arreglada. Y así todo el resto del día. Elsa iba de un lugar a otro y las hadas diminutas realizaron todo el trabajo a perfección.
Cuando la sirviente vio que su ama trabajaba tan bien, se puso ella a su vez, a la tarea, y pronto todo el menaje quedó concluido y Elsa tuvo tiempo de sobra para reír y cantar.
No hubo más quejas ni regaños en la casa; y el marido de Elsa se puso tau orgulloso de su mujer que decía a todos sus amigos: Mi abuela era una excelente ama de casa, mi madre lo mismo, pero mi esposa las sobrepasa. No tiene más que una sirviente, y, a juzgar por el trabajo que realiza se diría que tiene tantas servidoras como dedos en sus manos!
Elsa sonreía oyendo esto. ¡Por nada del mundo contaba lo de las diez hadas diminutas!


Revista Triquitraque 1937 (Desconozco el autor)

viernes, 28 de febrero de 2020

La perla del dragón (leyenda china)


Habitaba en la isla de Borneo, en la montaña más alta de la isla Kinabalu, un pacífico dragón que custodiaba celosamente una preciosa perla. Todos los días jugaba con ella; la lanzaba al aire y la recogía con la boca. Se sentía dichoso con su exquisita perla y no pedía nada más a sus días. Muchos habían intentado en vano arrebatarle su tesoro, ya que el dragón no estaba dispuesto a perder su única posesión.
No obstante, el emperador de China estaba dispuesto a retar al pacífico dragón y solicitó a su primogénito, el príncipe heredero, que consiguiera la perla para el tesoro imperial. Tras varios días de travesía, el príncipe divisó la montaña y, en su cima, al juguetón dragón. Ideó un plan para arrebatarle la perla sin correr peligro. Ordenó a sus hombres que construyeran una cometa capaz de soportar el peso de un hombre y una linterna de papel.

Tras siete días de arduo trabajo, los hombres del príncipe acabaron la cometa, la más hermosa jamás vista. Al caer la noche, montó en la cometa y voló a lo alto de la montaña. Se adentró sigilosamente en la cueva. El dragón dormía profundamente, portando en sus patas la preciada perla. Con sumo cuidado, le arrebató la joya y en su lugar dejó la linterna de papel. Hizo una señal a sus hombres para que recogieran la cuerda de la cometa. Aterrizó, sano y salvo, en la cubierta del barco.
Rápidamente, mandó izar las anclas y el barco zarpó a la mar, aprovechando una suave brisa. Cuando el dragón despertó, descubrió que le habían arrebatado la perla, dejándole una linterna de papel. Estalló en cólera. Comenzó a echar fuego y humo por la boca y se lanzó montaña abajo para atrapar a los ladrones. Rastreó todos los rincones de la isla, hasta que divisó en alta mar un junco chino. Se precipitó hacia el navío y gritó con todas sus fuerzas: «¡devolvedme mi perla!» Los marineros estaban aterrorizados.

El príncipe, en un intento desesperado por zafarse del dragón, mandó cargar el cañón más grande y disparó contra su furioso perseguidor. El dragón vio como entre la nube de pólvora salía una bola y pensó que era su perla. Abrió la boca para recoger su joya… Y se hundió en las profundidades del mar. El príncipe y sus hombres regresaron triunfantes, y la perla se convirtió en la joya más preciada del Reino de China.

martes, 18 de febrero de 2020

Fuegos de San Telmo


Historia y significado

Este fenómeno toma su nombre de San Erasmo de Formia (Sanct’ Elmo), patrón de los marineros, quienes habían observado el fenómeno desde la antigüedad y creían que su aparición era de mal agüero; aunque otros marineros lo asociaban con una forma de protección de parte de su patrono. Los marineros españoles harían referencia a San Pedro González Telmo.
Físicamente, es un resplandor brillante blanco-azulado, que en algunas circunstancias tiene aspecto de fuego, a menudo en dobles o triples chorros surgiendo de estructuras altas y puntiagudas como mástiles, vergas, pináculos y chimeneas.

El fuego de San Telmo se observa con frecuencia en los mástiles de los barcos durante las tormentas eléctricas en el mar, donde en tales circunstancias también era alterada la brújula, para mayor desasosiego de la tripulación. Benjamín Franklin observó correctamente en 1749 que es de naturaleza eléctrica. También se da en los aviones y dirigibles. En estos últimos era muy peligroso ya que muchos de ellos se cargaban con hidrógeno, gas muy inflamable, y podían incendiarse, tal como ocurrió en 1937 con el dirigible Hindenburg.
Se cuenta que el fuego de San Telmo también puede aparecer en las puntas de los cuernos del ganado durante las tormentas eléctricas y en los objetos afilados en mitad de un tornado, pero no es el mismo fenómeno que el rayo globular, aunque pueden estar relacionados.

En la Grecia antigua, la aparición de un único fuego de San Telmo se llamaba «Helena», por su sentido original de "antorcha", y cuando eran dos se les llamaba «Cástor y Pólux» los dioscuros o hijos gemelos de Zeus, patrones de los marineros que calmaban las tormentas a petición de estos.

Cristóbal Colón se topó con el fuego de San Telmo el 26 de octubre de 1493, en el contexto del segundo viaje a América, y este hecho fue redactado por su hijo:
Hernando Colón, Segundo viaje de Colón.
La Expedición de Magallanes y Juan Sebastián Elcano de la Primera Vuelta al Mundo también se topó con este fenómeno.​ Este fenómeno era algo conocido entre los marineros del siglo XVI y solía aparecer justo antes de la finalización de una tormenta, por lo que se creía que San Telmo protegía de este modo a los marineros.​ Estos hechos son recogidos en el diario de Antonio Pigafetta sobre su viaje con Hernando de Magallanes.

Se hallan referencias al fuego de San Telmo en las obras de Julio César (De bello Africo 47), Plinio el Viejo (Naturalis historia ii.101) y Herman Melville, así como en el diario de Antonio Pigafetta sobre su viaje con Hernando de Magallanes.

— ¡Mire arriba! —dijo Starbuck de pronto—. ¡El fuego de San Telmo en lo alto del palo mayor!
En efecto, los brazos de las vergas estaban rodeados de un fuego lívido, y las triples agujas de los pararrayos lucían con tres lenguas de fuego. Los mástiles enteros parecían arder.
— ¡Fuego de San Telmo, ten piedad de nosotros! — gritó Stubb.

lunes, 3 de febrero de 2020

La leyenda de Sakura (Japón)




La leyenda de Sakura comienza hace cientos de años en el antiguo Japón. Por aquel entonces los señores feudales libraban terribles batallas, en las que morían muchos combatientes humildes, llenando a todo el país de tristeza y desolación. Los momentos de paz eran muy escasos. No terminaba una guerra, cuando comenzaba la otra.

Pese a todo, había un hermoso bosque que ni la guerra había podido tocar. Estaba lleno de árboles frondosos que exhalaban delicados perfumes y consolaban a los atormentados habitantes del Japón antiguo. Por más combates que hubiera, ninguno de los ejércitos se atrevía a mancillar semejante maravilla de la naturaleza.

En aquel hermoso bosque había, sin embargo, un árbol que nunca florecía.Aunque estaba lleno de vida, en sus ramas nunca aparecían las flores. Por eso se veía desgarbado y seco, como si estuviera muerto. Pero no lo estaba. Simplemente parecía condenado a no disfrutar del color y el aroma de la floración.
El árbol permanecía muy solitario. Los animales no se le acercaban por miedo a contagiarse de su extraño mal. La hierba tampoco crecía a su alrededor por las mismas razones. La soledad era su única compañía. Cuenta la leyenda de Sakura que un hada de los bosques se conmovió al ver a aquel árbol que parecía viejo, siendo joven.

Una noche el hada apareció junto al árbol y con nobles palabras le hizo saber que quería verlo hermoso y radiante. Estaba dispuesta a ayudarle para que lo lograra. Entonces le hizo una propuesta. Ella, con su poder, haría un hechizo que duraría 20 años. Durante ese tiempo, el árbol podría sentir lo que siente el corazón humano. Tal vez así lograría emocionarse y quizás volvería a florecer.

El hada agregó que gracias al hechizo podría convertirse tanto en planta como en ser humano, indistintamente, cuando así lo deseara. Sin embargo,si al cabo de los 20 años no lograba recuperar su vitalidad y brillo, moriría inmediatamente.
Tal como el hada dijo, el árbol vio que podía convertirse en ser humano y volver a ser un vegetal cuando así lo quería. Probó a quedarse un largo tiempo como hombre, para ver si las emociones humanas le ayudaban en su propósito de florecer. Sin embargo, el comienzo fue una decepción. Por más que buscaba a su alrededor, solo veía odio y guerra. Entonces volvía a ser árbol durante una buena temporada.

Los meses fueron pasando y también los años. El árbol seguía como siempre y no encontraba entre los humanos nada que lo librara de su estado. Sin embargo, una tarde que se convirtió en humano, caminó hasta un arroyo cristalino y allí vio a una hermosa joven. Era Sakura. Impresionado por su belleza, el árbol convertido en humano se acercó a ella.

Sakura fue muy amable con él. Para corresponderle, él le ayudó a cargar el agua hasta su casa, que quedaba cerca. Tuvieron una animada conversación en la que ambos hablaron con tristeza del estado de guerra en el que se encontraba el Japón y con ilusión de grandes sueños.
Cuando la muchacha le preguntó cuál era su nombre, al árbol solo se le ocurrió decirle “Yohiro”, que significa “esperanza”. Los dos se hicieron muy amigos. Todos los días se encontraban para conversar, para cantar y para leer poemas y libros de maravillosas historias. Cuanto más conocía a Sakura, más necesidad sentía de estar a su lado. Contaba los minutos para ir a su encuentro.
Un día Yohiro no pudo más y le confesó su amor a Sakura. También le confesó quién era en realidad: un árbol atormentado, que ya pronto iba a morir porque no había logrado florecer. Sakura quedó muy impresionada y guardó silencio. El tiempo pasó y el plazo de los 20 años estaba por cumplirse. Yohiro, que volvió a tomar la forma de árbol, se sentía más triste cada vez.

Una tarde, cuando menos lo esperaba, Sakuro llegó a su lado. Lo abrazó y le dijo que ella lo amaba también. No quería que muriera, no quería que nada malo le pasara. Entonces, el hada apareció de nuevo y le pidió a Sakura que eligiera si quería seguir siendo humana, o fundirse con Yohiro en forma de árbol.

Ella miró a su alrededor y recordó los campos desolados por la guerra. Eligió entonces fundirse para siempre con Yohiro. Y se hizo el milagro. Los dos se convirtieron en uno solo. El árbol entonces, floreció. La palabra Sakura significaba “Flor de cerezo”, pero el árbol no lo sabía. Desde entonces, el amor de ambos perfuma los campos del Japón.

domingo, 5 de enero de 2020

Los tres deseos de los Reyes Magos

–  Mamá, mamá… Ana dice que los Reyes Magos son los padres, ¿es verdaaaad?

 La madre de Ignacio sonríe, le da un beso y le dice:
 –  Mira Ignacio. Tengo que enseñarte algo que guardo en este cajón desde hace 7 años.
Su madre saca del cajón un sobre blanco. Lo abre y le dice a Ignacio:
–  Esta carta la recibimos en casa  el día en que naciste. Es una carta escrita por los Reyes Magos y que  nos piden que les hagamos tres favores. ¿Quieres que te la lea?
 –  ¡Sí mamá, por faaaavor! ¿Qué quieren los Reyes Magos de vosotros?
 –  Pues escucha y lo sabrás.
Así dice la carta:
Apreciado papá y apreciada mamá de Ignacio:
Somos  los Reyes Magos. Sabemos que acaba de nacer Ignacio. Es un niño  precioso que os va a hacer muy felices a los dos. Ya sabéis que cada 6  de enero nosotros vamos en silencio a casa de todos los niños y les  dejamos unos regalitos para celebrar el nacimiento del niño Jesús y para  decirles lo orgullosos que estamos de ellos.
 Pero  a partir de ahora no podremos hacerlo porque estamos muy viejecitos y  cada vez hay más y más niños en este mundo. No podemos ir a casa de  todos. Además, ayer me caí del camello y me rompí el brazo (soy Melchor,  un poquito torpe).
Gaspar es muy lento porque camina con la ayuda de un viejo bastón y  Baltasar ¡nuestro viejecito Baltasar, se olvida siempre de dónde tiene  la lista de los regalos. Como ves, ya estamos muy mayores y necesitamos pediros tres favores muy importantes:
1er favor: Que nos ayudéis a poner los regalos a los niños. Cada padre y madre harán nuestro trabajo cada Navidad: leerán  las cartas de sus hijos y, con la misma ilusión que la nuestra, les  pondrán los regalos como si fuéramos nosotros, celebrando el cumpleaños  del Niño Jesús. Así todos los niños del mundo tendrán sus regalos y  nosotros podremos descansar y ver, desde lo lejos, sus caritas de  alegría.
2º favor: Como esto es un gran secreto, no se lo podréis decir a Ignacio hasta  que cumpla los 7 años. Cuando tenga esta edad, ya será mayor y sabrá  guardar este secreto. Los niños pequeños no deben saber que nosotros ya  no podemos poner los regalos y que son los padres los que nos ayudan. El  secreto se ha de decir solo a los niños responsables, a los que ya  pueden entender que nosotros les queremos mucho y que sabemos que en  ellos está el Niño Jesús, por eso pedimos ayuda a sus padres, las  personas que más los quieren a ellos.
3er favor: Algunos padres que nos ayudan están enfermos o no tienen dinero para  comprar regalos a sus hijos.  Por eso, necesitamos que vuestros hijos se  conviertan «un poquito» en Reyes Magos y compartan algunos regalos con  los niños que no tienen tanta suerte como ellos.
Nada más. ¿No es demasiado, verdad?  Cuando Ignacio te pregunte por primera vez quiénes son los Reyes Magos  léele esta carta. Entenderá por qué nosotros hemos confiado en vosotros  para hacer nuestro trabajo: porque sois las personas que más lo queréis  en el mundo y que mejor pueden ver su enorme y bondadoso corazón de  perla.
Melchor, Gaspar y Baltasar