La Emperatriz Elizabeth -Sissi- es una figura histórica de sobras conocida. Atacada por unos, alabada por otros, compadecida por algunos, quizá nadie -ni ella misma- supo qué se escondía en su alma, qué torturaba su corazón, qué quería, qué anhelaba. Su temperamento independiente, ajeno a las normas sociales, hizo temblar a la timorata Viena y palidecer a la propia reina Victoria, a Isabel II y el rey de Grecia.
La vieja Europa no estaba preparada para entender a una mujer como Sissi. Nadie comprendió su camino sin fin, su lucha contra lo establecido. Nadie supo ver la profunda tristeza, la vulnerabilidad que se escondían detrás de esta mujer hermosa, que encandiló al mismísimo emperador de Austria, Francisco José.
La emperatriz no tuvo una vida fácil; ella, de quien se dijo que era la mujer más bella y más desgraciada de la época, padeció de anorexia y bulimia y no soportaba el protocolo de la severa corte austríaca, lo que fue causa de que chocara en no pocas ocasiones con su marido y con su suegra.
Ésta última defendía los intereses centralistas imperiales, mientras que la esposa del Emperador puso sus simpatías del lado de los independentistas húngaros. En 1867 fue coronada reina de Hungría, y celebró su victoria con el Tratado de Reconciliación, que concedía cierta autonomía a Hungría bajo la corona de los Habsburgo.
El 10 de septiembre de 1898, mientras paseaba por el Lago Lemán de Ginebra con una de sus damas de compañía, la condesa Irma Sztaray, fue atacada por un anarquista italiano, Luigi Lucheni, que fingió tropezarse con ellas, aprovechando el desconcierto para deslizar un fino estilete en el corazón de la Emperatriz. Al principio, Isabel no fue consciente de lo que había sucedido. Solamente al subir al barco que las estaba esperando, comenzó a sentirse mal y a marearse. Cuando se desvaneció, su dama de compañía avisó al capitán del barco de la identidad de la dama y regresaron al puerto. Ella misma desabrochó el vestido de la Emperatriz para que respirara mejor y, al hacerlo, vio una pequeña mancha de sangre sobre el pecho, causada por el estilete, que había provocado una mínima pérdida de sangre sobre el miocardio, suficiente para causar la muerte.
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