En el pequeño patio de la casa de mis abuelos hay un gnomo de esos tan típicos que adornan los jardines. Está allí desde tiempo inmemorial, no se de donde vino aunque creo que mi abuela lo recogió de donde alguien lo habían tirado, para que pasase a mejor vida.
Yo lo recuerdo desde que era niña y con el paso de los años fui testigo de los cambios producidos en su indumentaria. En primer lugar su vestimenta original fue, chaquetilla y gorro puntiagudo, ambos de un color rojo muy vivo y su pantalón de un tono marrón oscuro. Tiene una barba blanca y rizada y en su boca una eterna pipa de bambú. En su mano derecha lleva un farol, donde en otros tiempos mi abuela metía un trozo de vela encendida y quedaba bonito, sobre todo en las letárgicas noches mediterráneas de agosto.
Después, cada vez que en casa de mis abuelos se pintaban las verjas de hierro y las cercas de madera que rodeaban los parterres de flores a nuestro pequeño gnomo lo vestían con el mismo color, supongo que para remediar los estragos del sol y que de paso, quedara a juego con lo demás. Por otra parte, eran otros tiempos y no se tiraba nada, en alguna ocasión por rebañar la lata de pintura al máximo, nuestro amigo se había quedado con su ropa a medio pintar, hasta la próxima ocasión.
Pasaron los años, los nietos crecimos y abandonamos la vieja casa. Pasados unos años mi abuelo murió, después mi abuela. Entre todos decidimos cerrar la casa hasta ver que se hacía con ella y el pobre gnomo quedó allí solo y abandonado.
Hoy, después de muchos años, decidí acercarme al pueblo para ver como seguía la vieja casa. Ya desde lejos pude ver su decadencia: persianas rotas, el canalón que bordea el tejado colgando de una esquina y la maleza y la mala yerba invadiéndolo todo y por dentro todo cubierto por una gruesa capa de polvo, pero entre la maleza de pronto distinguí algo rojo y brillante y cual sería mi sorpresa cuando al acercarme pude ver al viejo gnomo mas reluciente que nunca, dándome la bienvenida mientras me alumbraba el camino con su farol encendido.
Julia L. Pomposo
Hola Julia, que bonita historia. Todas las casas antiguas tienen sus magia, el pobre gnomo quedo ahí vigilando, cuanta historias nos contaría el gnomo si pudiera hablar.
ResponderEliminarUn abrazo.
¡Qué recuerdos! Y qué pena de la casa que, al parecer, fue tan vivida. Me da tristeza, yo creo que las casas tienen su propia alma.
ResponderEliminar¿No te llevaste al gnomo? Igual te estaba esperando.
Abrazos
Si así se van quedando la viejas casa de nuestros ancestros.
ResponderEliminarTu relato , que es entrañable, está lleno de poesía , ternura y buen hacer . ¡Me gusta tu forma de contar las cosas!.
Besos.