La feria había cerrado sus puertas por hoy, los niños ya se habían marchado a sus casas, ya no se oían sus escandalosas risas y gritos. El fin de semana se había terminado y había que acostarse más temprano pues mañana tenían que volver al colegio. Tenía por delante unas horas de reposo antes de empezar una nueva jornada. El ratito que llevaba con los ojos cerrados, le había aliviado un poco el dolor de cabeza, poco a poco los fue abriendo y miró a derecha e izquierda. Si, allí estaba, tumbada junto a su amigo, el pingüino Momo y la presumida y prepotente señorita Dory con su uniforme de enfermera de la 2ª Guerra Mundial, ahora intentaría dormir, se sentía segura al abrigo de aquella maleta de cuero marrón, raída por los años de uso y que había sido su hogar durante casi veinte años, se acarició sus rubias trenzas, procuró estirar las piernas y se dispuso a dormir. Mañana sería otro día.
¡Que duro era ser una marioneta de feria!
Julia L. Pomposo