Hoy les dejo este cuento de mi autoría, que escribí, hace ya un tiempo y que espero que les guste.
Minowá era un pequeño indio sioux que vivía en el territorio lakota (verdadero nombre de los sioux) en Wyoming.
Minowá, que significa “aquel que canta”, debía su nombre a que en el momento de nacer, su llanto fue tan melodioso y prolongado, que más que llorar, parecía estar entonando unos de aquellos cantos ancestrales de sus antepasados; ahora tendría apenas ocho años y era un niño sano y feliz que pasaba la mayor parte de su tiempo correteando por las praderas y montes con su tirador y su pequeño carcaj a la espalda a la caza de zarigüeyas, mapaches y algún que otro conejo de monte.
En una de estas aventuras de caza, nuestro protagonista encontró un día a Kajiká un pequeño bebé de puma que gemía tembloroso junto al cuerpo sin vida de su madre, a los que algunos cazadores sin escrúpulos habían dado muerte mientras intentaba, (seguramente a zarpazos) defender a su cría. Sin preocuparse para nada del cachorro, aquellos hombres lo habían abandonado a su suerte, donde probablemente habría muerto de inanición y frío, de no ser porque Minowá lo encontró. Tomó al pequeño puma en sus brazos y lo llevó hasta el campamento sioux. Y allí se quedó........
Minowá poseía un cascabel de plata que su abuelo le entregó el día que cumplió los cinco años, era un regalo de gratitud que le hizo una bondadosa señora de una caravana de Samis que pasaron camino de Dakota y a la que su abuelo curó de una picadura de serpiente. Minowá siempre lo llevaba colgado del cuello con un bonito cordón que le había tejido su madre. Todo el mundo en el campamento de multicolores tipys, conocía el sonido del cascabel de Minowá, incluido Kajiká, que lo seguía a todas parte y corría a su encuentro cuando oía su repiqueteo a lo lejos.
Pero todo en la vida tiene un final y el de la relación entre nuestro protagonista y el cachorro de puma también tenía que tenerlo. Minowá había crecido; ya tenía diez años y nuestro puma, al que el pequeño sioux había bautizado un día con el nombre de Kajiká, que significa “aquel que camina sin hacer ruido” (por su manera silenciosa de acercarse sin que él lo advirtiese), también había crecido (y con él, sus ansias de libertad) y se estaba volviendo demasiado grande para permanecer en el campamento. Minowá lo quería muchísimo y se negaba a separarse de su querido amigo.
Su padre le explicó un día que los pumas siempre habían sido unos animales libres y dueños de sus vidas, hábiles cazadores y dignos habitantes de las praderas y que seguir teniendo allí a Kajiká era privarle de su libertad y de todas esa cosas a las que él también amaba tanto.
Al final su padre logró convencerle y una mañana, antes de que su hijo despertase, ató al puma a la grupa de su caballo y se alejó con él todo lo que pudo, tardó dos días en encontrarle un lugar idóneo, cerca de otros pumas que vivían en grupo, para que le resultase más fácil integrarse a su nueva vida y allí lo dejó. entre la manada, regresando al campamento.
Pasaron muchos años, muchos meses y muchas lunas. Minowá creció y formó su propia familia.
Minowá había decidido trasladarse con su esposa Dihayá y su pequeña a la que llamaban Sihu, que significa “pequeña flor", hasta los territorios del norte que eran más fértiles y la caza era más abundante.
Un día, durante La Luna del Maiz (septiembre), Minowá que paseaba con su pequeña a la espalda por los límites del campamento, decidió dejarla durmiendo plácidamente junto a unos arbustos mientras el buscaba hierbas medicinales por los alrededores. Al volver al lugar encontró a un hermoso puma de gran tamaño merodeando alrededor del bebé. Minowá quedó petrificado y sin atreverse a realizar ningún movimiento por temor a la reacción de la fiera y cuando ya el puma estaba a punto de atacar a la pequeña, Minowá saltó en su defensa y el puma se paró de pronto como petrificado, deteniendo su ataque mientras toda su atención se dirigía hacia Minowá.
Un tintineante sonido le trajo a la memoria recuerdos de un cascabel y de su dueño y de tiempos lejanos y felices; inmediatamente reconoció a Minowá y acercándose a él muy lentamente, puso sus enormes zarpas sobre el pecho de su amigo mientras le lamía la cara. Minowá lloró emocionado al reconocer en aquel hermoso ejemplar a su querido amigo Kajiká y juntos, hombre y fiera, permanecieron abrazados mientras se reconocían mutuamente.
Julia L. Pomposo
Kajiká y el cascabel de plata
Minowá era un pequeño indio sioux que vivía en el territorio lakota (verdadero nombre de los sioux) en Wyoming.
Minowá, que significa “aquel que canta”, debía su nombre a que en el momento de nacer, su llanto fue tan melodioso y prolongado, que más que llorar, parecía estar entonando unos de aquellos cantos ancestrales de sus antepasados; ahora tendría apenas ocho años y era un niño sano y feliz que pasaba la mayor parte de su tiempo correteando por las praderas y montes con su tirador y su pequeño carcaj a la espalda a la caza de zarigüeyas, mapaches y algún que otro conejo de monte.
En una de estas aventuras de caza, nuestro protagonista encontró un día a Kajiká un pequeño bebé de puma que gemía tembloroso junto al cuerpo sin vida de su madre, a los que algunos cazadores sin escrúpulos habían dado muerte mientras intentaba, (seguramente a zarpazos) defender a su cría. Sin preocuparse para nada del cachorro, aquellos hombres lo habían abandonado a su suerte, donde probablemente habría muerto de inanición y frío, de no ser porque Minowá lo encontró. Tomó al pequeño puma en sus brazos y lo llevó hasta el campamento sioux. Y allí se quedó........
Minowá poseía un cascabel de plata que su abuelo le entregó el día que cumplió los cinco años, era un regalo de gratitud que le hizo una bondadosa señora de una caravana de Samis que pasaron camino de Dakota y a la que su abuelo curó de una picadura de serpiente. Minowá siempre lo llevaba colgado del cuello con un bonito cordón que le había tejido su madre. Todo el mundo en el campamento de multicolores tipys, conocía el sonido del cascabel de Minowá, incluido Kajiká, que lo seguía a todas parte y corría a su encuentro cuando oía su repiqueteo a lo lejos.
Pero todo en la vida tiene un final y el de la relación entre nuestro protagonista y el cachorro de puma también tenía que tenerlo. Minowá había crecido; ya tenía diez años y nuestro puma, al que el pequeño sioux había bautizado un día con el nombre de Kajiká, que significa “aquel que camina sin hacer ruido” (por su manera silenciosa de acercarse sin que él lo advirtiese), también había crecido (y con él, sus ansias de libertad) y se estaba volviendo demasiado grande para permanecer en el campamento. Minowá lo quería muchísimo y se negaba a separarse de su querido amigo.
Su padre le explicó un día que los pumas siempre habían sido unos animales libres y dueños de sus vidas, hábiles cazadores y dignos habitantes de las praderas y que seguir teniendo allí a Kajiká era privarle de su libertad y de todas esa cosas a las que él también amaba tanto.
Al final su padre logró convencerle y una mañana, antes de que su hijo despertase, ató al puma a la grupa de su caballo y se alejó con él todo lo que pudo, tardó dos días en encontrarle un lugar idóneo, cerca de otros pumas que vivían en grupo, para que le resultase más fácil integrarse a su nueva vida y allí lo dejó. entre la manada, regresando al campamento.
Pasaron muchos años, muchos meses y muchas lunas. Minowá creció y formó su propia familia.
Minowá había decidido trasladarse con su esposa Dihayá y su pequeña a la que llamaban Sihu, que significa “pequeña flor", hasta los territorios del norte que eran más fértiles y la caza era más abundante.
Un día, durante La Luna del Maiz (septiembre), Minowá que paseaba con su pequeña a la espalda por los límites del campamento, decidió dejarla durmiendo plácidamente junto a unos arbustos mientras el buscaba hierbas medicinales por los alrededores. Al volver al lugar encontró a un hermoso puma de gran tamaño merodeando alrededor del bebé. Minowá quedó petrificado y sin atreverse a realizar ningún movimiento por temor a la reacción de la fiera y cuando ya el puma estaba a punto de atacar a la pequeña, Minowá saltó en su defensa y el puma se paró de pronto como petrificado, deteniendo su ataque mientras toda su atención se dirigía hacia Minowá.
Un tintineante sonido le trajo a la memoria recuerdos de un cascabel y de su dueño y de tiempos lejanos y felices; inmediatamente reconoció a Minowá y acercándose a él muy lentamente, puso sus enormes zarpas sobre el pecho de su amigo mientras le lamía la cara. Minowá lloró emocionado al reconocer en aquel hermoso ejemplar a su querido amigo Kajiká y juntos, hombre y fiera, permanecieron abrazados mientras se reconocían mutuamente.
Julia L. Pomposo
Bonito el cuento que nos dejas, felicidades.
ResponderEliminarUn abrazo.
Gracias Rafael.
EliminarUn fuerte abrazo
Julia, con esta leyenda, me has recordado a los cuentos del indiecito que leiamos cuando niños, que emocion y que agudeza hay que tener para localizar estas perlas, felicitaciones y buenas ondas desde buenos aires Argentina.
ResponderEliminarAmigo caravanero, esta vez el cuento es mío, me alegra que te haya gustado.
EliminarBesos
Julia Es un placer pasar por su blog Saludos
ResponderEliminarGracias José Ramón, el placer es mutuo, al verte por aquí.
EliminarAbrazos
Hola Julia,un cuento algo más que bonito porque nos cuenta que el Amor y el respeto sigue siendo el mejor de los caminos:).
ResponderEliminarMuchos besos!!
Hola Teresa, supongo que ya lo habías leído, porque lo publiqué en el otro blog. Me alegro de que te guste.
EliminarBesos
Hola Julia, me encantó este cuento de amor y amistad entre el hombre y la fiera. Me dio pena que tuvieran que separarse, pero la vida es así y cada cual debe recorrer su propio camino en libertad. Pero lo más bonito es que el animal nunca olvido a su amigo de infancia... tienen su corazoncito.
ResponderEliminarUn besito
Cada cual en su mundo para no alterar el equilibrio natural de las cosas-
EliminarBesos
Julia querida gracias por pasar por la caravana como siempre y mis respetos a ti.
ResponderEliminarSiempre supe que el cuento es tuyo, cuando hable de encontrar, quise decir encontrar esa creatividad, cosa que suele ocurrirle por lo general a los elegidos ¿no?, a los que estan tocados por una especie de varita magica y se dedican a esta tarea tan noble que es escribir. En el sur del mundo hay mucho, pero mucho cuento como este, especialmente en la patagonia que la tenemos por aqui atras, y en el pais de chile abundan los cuentos sobre indiecitos, por eso me parecio familiar y me avivo los recuerdos infantiles.
Respecto de la cocina, es una aficion que herede de mi señor padre, un excelente y completo cocinero, y sobre mis mensajes, en fin, no soy lo que se dice un coach espiritual pero bueno, trato de hacer el bien desde lo mejor de mi corazON.
Saludos desde una argentina que esta metidisima en la celebracion de semana santa, una porcion de la poblacion es super religiosa aqui y mas teniendo en cuenta quien esta gobernando el vaticano, ja ja.
Gracias por tus amables comentarios, me abrumas, solo intento dar rienda suelta a mi fantasía, jajaja, así me siento un poco niña.
EliminarBesos
Que bonito Julia.
ResponderEliminarBesitos
Gracias guapa, me alegro de que te guste.
EliminarBesos
Hola Julia, ya conocía el cuento de la otra vez, pero me ha encantado recordarlo.
ResponderEliminarUn besote querida amiga.
Gracias Conchi, más bien lo he vuelto a publicar por unos amigos argentinos que no lo conocían.
ResponderEliminarBesos
JULIA, muy felices pascuas atrasadas y que el renacer de la vida se haga real siempre en ti. Me alegro de que te interesen los contenidos de la caravana, voy a pasar por la blogoteca, cortito que ando en una motooo, abrazooo.
ResponderEliminarFelices Pascuas para ti también.
EliminarMuy bien amigo, me parece que el plazo para votar el blog ya expiró, pero se puede comentar. Lo agradezco mucho.
Abrazos
Hola, Julia... Tengo la sensación de que este cuento ya lo había leído... pero, sea como sea, ha sido un placer
ResponderEliminarMe ha encantado la relación entre Minowá y Kajiká y su reencuentro después de tantos años... y ese cariño que seguía tan vivo
También me ha gustado mucho el significado de sus nombres
Besos
Gracias Mela, los significados de los nombres son reales, me los miré por Internet.
EliminarBesos